martes, 15 de marzo de 2011

Infancia

Cáceres es un oasis de tranquilidad, un remanso de luz varada, un capacho lleno de pureza, la pureza de mi infancia en sus calles, la luz detenida en sus torres, la tranquilidad que emana de su cotidiano día a día, ese acontecer pausado, de café a media mañana y siesta vespertina.
 
Llega a Cáceres este pacense adoptivo para calmar su sed de recuerdos y evocaciones de cuando era niño, para realizar gestiones (digestiones), que me permiten recorrerla, habitarla, verla titilar frente a los ojos, percibir sus latidos bajo mis pisadas, sentir respirar a sus paseos y a sus plazas, ser cacereño de nuevo por unos  días, por unos momentos, por unas horas. Aunque los que me conocen me saquen de entre la masa de cacereños anónimos para ubicarme como badajocense, como emigrado, seguros ellos en su Cáceres natal, en su Cáceres adoptivo, sin estar sometidos a las puntiagudas esquirlas de la añoranza...

 Llego a Cáceres con el alma soñadora, alegre, saltarina, con el ánimo enchido, feliz.

Vuelvo a mí Cáceres de primaverales noches, olorosas y platerescas, a esa ciudad aniñada, gozosa, de angostos veranos y eneros gélidos, de otoños suaves, casi cariñosos. Llego desde mi Badajoz moruno y sucio (afortunadamente cada vez más limpio y acojedor), desde esta meseta eterna, alargada; llego a esos llanos donde anidan las abutardas, y me siento de nuevo en mi casa, mi hogar de niño, mi jaima. Y que feliz soy durante esos instantes.

Después vuelvo a Badajoz y atrás queda el niño, aquí me aguarda lo que más quiero y mi feliz ciudad de adulto.





2 comentarios:

  1. Doy cuenta a los seguidores de ESENCIA... de un texto recibido en mi correo electrónico, como comentario a esta entrada:

    "Cuando pienso en mi infancia, me asaltan a la cabeza colores, sensaciones y texturas. Los colores son el azul cielo, ese cielo precioso de Cáceres en sus días despejados. El marrón claro, ese marrón de la tierra con la que jugaba cuando era un chaval en la finca de cuyo nombre no puedo acordarme que estaba cerquita del estadio Principe Felipe. Ay, esos domingos de primavera, que vitalidad, que claridad, que luz. Esa luz de Abril que te ilumina el alma, que te enciende las pupilas, que te las dilataba. Preciosas sensaciones que a veces vuelven a mi cabeza, añoranza de ese tiempo sin preocupaciones, donde no buscabas nada, no necesitabas nada, todo te venia dado.

    E-mail de contestación a un nefelibata"

    El texto lo envia Juan Alberto Ramiro

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  2. precioso... y lo dice otro emigrado forzoso.

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