domingo, 12 de diciembre de 2010

CASTAÑAS


Llegan con el frío, desde finales de octubre inundan con su agradable olor lugares tan transitados como la Avenida de Huelva en Badajoz (en el tramo de paseo que queda frente a la pastelería Ansorena), o la concurrida y populosa Plaza de San Juan de la capital cacereña. Nos llegan con su aroma antiguo, confortable, con remenbranzas de bufanda de lana y tardes de domingo; las manos frías, embutidas en los guantes que buscaban con premura el inestable cucurucho de papel de periódico en que iban envueltas, para refugiase en su calor, calentarse, acurrucarlas.
En el camino hacia casa nos quitábamos uno de los guantes,  cogíamos una de las varias castañas que se contenían en el envoltorio y casi quemándonos los dedos la íbamos pelando con cuidado; en algunas ocasiones habíamos de soplar para enfriarla y de su interior saltaban pavesas breves que el gélido viento enseguida apagaba;  eran aquellos unos inviernos más fríos o nuestra caprichosa memoria así los recuerda.

Hoy los castañeros siguen vendiendo sus "calentitas" en los concurridos rincones de nuestras ciudades y su perfume voraz nos llena a algunos de cálidos recuerdos como si sostuvieramos entre las manos uno de sus cucuruchos tipografiados.

¿Cómo recordarán las nuevas generaciones los tiempos de su infancia? ¿Lo harán con  la simpleza de unas castañas asadas?


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